Religiosos y la falda corta, dos para partirte de risa

Religiosos y la falda corta, dos para partirte de risa

Estan tres curas tratando de decidir como repartir el dinero de la colecta de los fieles, qué parte se quedaría Dios, y cuanto se quedaría la iglesia para sus gastos de mantenimiento y gestión.
En esto uno de los curas propone:
– Hacemos un círculo en el suelo, tiramos las monedas al aire y, lo que caiga dentro del círculo es para Dios y lo que quede fuera del círculo es para nosotros (perdón) para la parroquia.
Los demás no estaban muy de acuerdo con la idea, y dice el segundo:
– Creo que es mejor que lo hagamos al revés.
Lo lanzamos al aire y lo que quede dentro del círculo es para nosotros (perdón), para la parroquia y lo que quede fuera, es para Dios.
La solución sigue sin convencerlos a los tres, y en esto, el tercer cura propone:

– Tengo una idea mucho mejor. Lo lanzamos al aire, muy alto, y que Dios coja lo que quiera, y lo que caiga al suelo, para nosotros.




En la parada del autobús estaba una bella joven quien viste una muy estrecha minifalda de cuero. 
Llega el autobús y la joven va a entrar y se percata que el escalón de acceso al autobús es tan alto que la faldita le impide subir.
Sonrojada por la vergüenza se lleva las manos atrás, buscando la cremallera de la falda, la localiza, la abre un poco y se dispone a subir…
¡Nada! Todavía la falda le impide levantar la pierna para alcanzar el escalón.
 Mira avergonzada al chofer, sonríe tímidamente, dio un paso a tras y, de nuevo, se lleva las manos atrás de la espalda y baja un poco más la cremallera…
Pese a todo, aún la falda tan ajustada le impide levantar la pierna para subir en este nuevo e inútil intento.
La gente que espera en línea comienza a incomodarse y a protestar. 
Un tipo grandote que esperaba su turno detrás de ella, agarra a la muchacha por la cintura y la sube al ómnibus… La muchacha, furiosa, se vuelve al desconocido y le increpa:
– ¡Cómo se atreve a tocarme! ¡Descaradoo! Yo no sé ni quién es usted… ¡fresco!
Y el hombretón, encogiéndose de hombros, le responde:


– Tranquila señorita, yo pensé que después de abrirme la bragueta dos veces seguidas… ya éramos amigos, ¿no?


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